miércoles, 30 de septiembre de 2009

Una tradición de mi pueblo

Como se mencionó en la sesión pasada del Seminario, están a disposición de ustedes -en calidad de préstamo- algunos libros cuya temática tiene que ver con la relación entre la literatura y la historia.

Estos libros son de la biblioteca personal, por lo que se les pide encarecidamente se utilicen para los menesteres del Seminario, en el entendido de regresarlos apenas cumplan su cometido.

  • Varios autores, Una tradición de mi pueblo, concursos IV y V, colección nuestra cultura, Instituto de la cultura del Estado de Guanajuato, México, 1998.

    "Una tradición de mi pueblo es una antología de relatos, producto del certamen homónimo que dio inicio en 1988. El objetivo de este concurso ha sido rescatar el saber del pueblo,
    o sea, el folklore, como lo indica la etimología inglesa de esta palabra ue hemos hecho nuestra: folk, pueblo, nación; lore, tradición, creencia popular, ciencia o saber. Y para lograr tal fin se han propuesto temas diversos, que llevan aparejados varios subtemas, como por ejemplo: las fiestas decembrinas, la Cuaresma, el día de los fieles difuntos, así como danzas, cantos u otros temas, con sus respectivos subtemas."

Quien desee solicitar prestado el citado ejemplar, favor de anotar la solicitud como comentario a la presente. El libro estará disponible a partir de la siguiente sesión. Sólo se tiene un ejemplar en existencia.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Memoria e imaginación

¿Nos encontramos ante una novela histórica? No estaría tan seguro. Dudo que el adjetivo "histórico" logre superar al sustantivo "novela". ¿Cómo escribir una novela basada en hechos reales del siglo XIX sin rendirse a las convenciones de la novela decimonónica? ¿Cómo resolver el conflicto, si acaso existe, entre ficción e historia? El novelista solía recordar que el viejo Aristóteles argüía que la historia se encarga de narrar los sucesos tal y como sucedieron mientras que la literatura los cuenta como pudieron o debieron haber sido. Esto nos coloca en una encrucijada ya que, por un lado, el novelista desea serle fiel a aquello que ocurrió pero, por otro, desea también utilizar la libertad que le concede la novela para que dicte los hechos. ¿Qué es la novela sino un juego del que se sirven memoria e imaginación para evocar otras voces, otros tiempos, otros personajes y otras situaciones? Quienes nos acercamos a la historia para ubicar novelas en un tiempo pasado no hacemos sino aprovechar otra época para reflexionar sobre el presente.

(Fragmento de Península, Península, de Hernán Lara Zavala)

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Referencias bibliográficas

A continuación, se transcriben algunas referencias bibliográficas de interés en torno a la novela histórica:

  • Barrientos, José Barrientos, Ficción-histórica. La nueva novela histórica hispanoamericana, Universidad Nacional Autónoma de México (Textos de Difusión Cultural), México, 2001.
  • Carpentier, Alejo, La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos, Siglo XXI, México, 1981.
  • Domenella, Ana Rosa (coord.), (Re) escribir la historia desde la novela de fin de siglo. Argentina, Caribe, Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Iztapalapa, México, 2002.
  • Menton, Seymour, La nueva novela histórica de la América Latina, 1979-1992, Fondo de Cultura Económica, México, 1993.
  • Pons, María Cristina , Memorias del olvido. La novela histórica de fines del siglo xx, México, Siglo XXI, 1996.

martes, 22 de septiembre de 2009

Presentación editorial "Península, península", de Hernán Lara Zavala






El Instituto Estatal de la Cultura, a través del Centro de las Artes de Guanajuato, y en el marco del Seminario taller en novela histórica, invita al público en general a la presentación editorial de la novela Peninsula, península, de Hernán Lara Zavala, editorial Alfaguara, el próximo jueves 24 de septiembre de 2009, a las 19:00 hrs., en el Aula de Artes Escénicas.




Reseña
A mediados del siglo antepasado, en 1847, los mayas de la península de Yucatán se levantaron contra los blancos criollos y mestizos, y recuperaron granparte de sus antiguos territorios. Validos de las armas con que pelearon contra Santa Anna a principios de 1846, comenzaron una revuelta que fue aplastada cruelmente con la muerte de Manuel Antonio Ay, la cual desencadenó una reacción violenta. Los indios rebeldes encabezados por Cecilio Chi y JacintoPat tomaron los poblados de Tepich, Ticul, Tekax y Peto y además la ciudad de Valladolid, expulsando y exterminando a todos los blancos y a los indios que hubierancolaborado con ellos. En junio de 1848 llegaron a estar a treinta kilómetros de Mérida y a dieciocho de Campeche. Una serie de factores, entre ellos el retornode Yucatán a la Federación y las luchas entre los propios indios, pusieron fi n a este confl icto.La Guerra de Castas, sin embargo, es un episodio poco recordado en la literatura mexicana, por lo menos desde la novela que con ese tema escribió Silvia Molina en 1981, Ascensión Tun. ¿Será porque todavía Yucatán sigue siendo “la hermana república”, un mundo aparte,un país distinto en el que, como se afirma en la obra, el mestizaje no se llevó a cabo como en otros puntos del país? En este sentido, Península, Península, la novela de Hernán Lara Zavala, es un libro de memoria y enseñanza. (Ana García Bergua)



Hernán Lara Zavala
Nació en la Ciudad de México el 28 de febrero de 1946. Narrador, ensayista y editor. Estudió la maestría en letras en la FFyL de la UNAM e hizo estudios de posgrado en la Universidad de East Anglia, Inglaterra. Ha desempeñado cargos como los de profesor en la FFyL; director de Literatura en Difusión Cultural de la UNAM (1989-1996); coordinador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas (1999-2000), coordinador del Programa del Posgrado en Letras en la FFyL (2000-2001); coordinador general de Difusión Cultural de la Rectoría General de la UAM. Gerente Editorial del Fondo de Cultura Económica (2001-2002) y Director General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM (2002-2004). Becario del International Writing Program, Universidad de Iowa, 1987, y del Consejo Británico, 1979, 1990 y 1992. Miembro del SNCA 1994-2000. Premio Latinoamericano de Narrativa Colima para obra publicada 1987 por El mismo cielo. Reconocimiento Universitario a la Creación y la Difusión de la Cultura 1995. Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares 1995 de la UACJ, Chihuahua por su libro Después del amor y otros cuentos. Premio Orden por la Cultura Nacional 1996 otorgado por el Ministerio de la Cultura de la República de Cuba. Medalla Yucatán 2008 otorgada por su trayectoria. OBRA PUBLICADA: Antología: Antología del cuento inglés del siglo XX, UNAM, 1987. Los mejores cuentos mexicanos, Planeta, 1999. Líneas cruzadas. Nueva poesía de México y Estados Unidos, Sarabande Books, Louisville, Kentucky, 2006. Crónica: Equipaje de mano, IMC, Cuadernos de Malinalco, 1995. Viaje al corazón de la península, SEP/CONACULTA, Cuadernos de viaje, 1997. Cuento: De Zitilchén, Joaquín Mortiz, 1981; CONACULTA, Lecturas Mexicanas, Tercera Serie, 1994. El mismo cielo, Joaquín Mortiz, 1987; Alfaguara, Punto de Lectura, 2005. Antología personal, UV, Ficción, 1990. Flor de nochebuena y otros cuentos (plaqueta), IMC, Cuadernos de Malinalco, núm. 37, 1992. Después del amor y otros cuentos, Joaquín Mortiz, Serie del Volador, 1994. Cuentos escogidos, Seix Barral, 1997. Cuentos de aquí y de allá, Biblioteca del ISSSTE, 2000. Rumbo a la historia, Aldus/CONACULTA, La Centena, Narrativa, 2001. Muñecas rotas, El Ermitaño, Minimalia, 2002. Cuentos Jóvenes, UNAM/Dirección General de la Escuela Nacional Preparatoria, 2004. Entrevista: Erotismo de hilo fino, Universidad de Colima, 1998. Ensayo: Las novelas en el Quijote, UNAM, Biblioteca de Letras, 1989. Contra el ángel, Vuelta, 1991. Literatura para niños: Tuch y Odilón, Corunda/CONACULTA, La Tortuga Veloz, 1992. Jesusito, e.a., 2000. El viaje de Víctor, e.a., 2003. Novela: El hombre equivocado (colectiva), Joaquín Mortiz, Nueva Narrativa Hispanoamericana, 1988. Charras, Joaquín Mortiz, Novelistas Contemporáneos, 1990; Alfaguara, Narrativa Actual Mexicana, 1995; Planeta/CONACULTA, 2000. Península, península, Alfaguara, 2008.

lunes, 21 de septiembre de 2009

El Yucatán de Lara Zavala

Carlos Fuentes

La relación entre novela e historia se da, en ocasiones, con la inmediatez de la actualidad. Es el caso, por ejemplo, de Los de abajo de Mariano Azuela (1915) escrita en y desde la turbulencia de la Revolución Mexicana y, en cierto modo, de La sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, prácticamente contemporánea a los hechos y personajes del callismo.
Otras veces, la historia sólo admite la ficción gracias a la perspectiva. La Revolución Francesa no tiene novelistas inmediatos. Había que esperar a Balzac y Stendhal. Nadie eleva a ficción la Revolución de Independencia Norteamericana, que temáticamente da sus mejores obras en el siglo XX, con Howard Fast: Los invictos y El ciudadano Tom Paine. Tolstoi escribe los eventos de la invasión napoleónica de Rusia (1812) en 1865. Stephen Crane escribe la mejor novela de la Guerra Civil Norteamericana, La roja insignia del coraje, en 1895.
El siglo XIX mexicano, tan tumultuoso y hasta caótico, produjo novelas de su tiempo y evocaciones de otros: Riva Palacio, Rabasa, Payno. Dos recientes obras mexicanas nos ofrecen una perspectiva renovada, con gran brío e imaginación. En La invasión (2005) Ignacio Solares da la experiencia de la guerra de 1848 y la ocupación norteamericana de la ciudad de México con un contrastado sentido de luces y sombras, efectos y defectos. La modernidad del relato consiste en que el narrador narra los eventos varias décadas más tarde, en la madurez y durante el porfiriato, dándole a la obra la requisita incertidumbre: esto es ficción, no es historia. Como la novela la escribe un autor contemporáneo a nosotros (Solares) resulta que La invasión posee tres niveles de temporalidad: lo vivido en 1848, lo recordado durante el porfiriato y lo narrado hoy.
Hernán Lara Zavala, uno de los escritores mexicanos más cultos y reticentes, establece de arranque la actualidad de lo que narra gracias a un novelista (¿el propio Lara Zavala?) que se sienta a escribir la novela que estamos leyendo: Península, Península, cuyo tema es la Guerra de las Castas que asoló a Yucatán en 1847. Lara Zavala se inscribe así en la gran tradición, la tradición fundadora de Cervantes, donde la novela de Quijote y Sancho coincide con la actualidad de España, el pasado evocado por las locuras del hidalgo, el género picaresco (Sancho) en diálogo con el épico (Quijote) y los estilos moresco, bizantino, amoroso y pastoral introducidos para darle a la novela su carta de ciudadanía: la diversidad genérica.
El tránsito de Lara Zavala de su irónica actualidad de narrador a la materia narrada, le permite presentar ésta, la Guerra de Castas en Yucatán, con una variedad de ritmos y temas que no sólo la salvan de cualquier sospecha de didactismo, sino que enriquecen lo que ya sabíamos con el tesoro de lo que podemos imaginar. Aquí se dan cita no sólo los hechos y personajes históricos, los gobernadores Méndez y Barbachano, los líderes mayas Pat y Chi y las contrastantes sociedades de la élite criolla y las comunidades indígenas. Están también los mercaderes locales y los gachupines; el doctor Fitzpatrick y su leal (demasiado leal) perro Pompeyo. Están los clérigos y también los monaguillos y sacristanes indios que los asesinan. Está el México y sus revoluciones de José Ma. Luis Mora, en toda su caótica simultaneidad. Está, protagónica, la tierra yucateca, las llanuras blancas sin vegetación, brillando dolorosamente. Están el sol, los laureles, el fresco. Están el mediodía de plomo, el bochorno. Están las hierbas (damiana, ruda, toloache, yerbabuena, gordolobo, etc.) evocadas con una minuciosidad amorosa que revela la formación literaria inglesa de Lara Zavala, sobre todo la lección de D. H. Lawrence, la capacidad de ubicar la pasión en la naturaleza.
Sólo que todo late con amenaza de guerra y muerte. El autor las aplaza con los magníficos momentos de la pasión erótica (el novelista Turría y la viuda Lorenza; la cachondísima María y el escribano Anastasio). El amor es asediado por dos fuerzas que Lara Zavala maneja de mano maestra. Una es la magia, la corriente impalpable de lo sobrenatural presente en los exorcismos y ritos de la península yucateca, que le sirve a Lorenza para pensar que su marido difunto, Genaro, aun vive y merodea en la recámara... hasta descubrir que el ruido lo hace un murciélago que deja de aletear apenas se enciende la luz. ¿Un murciélago? ¿O un vampiro?
Porque la magia de la tierra contiene la muerte de la tierra. El cabecilla rebelde Chi es asesinado por el amante de su mujer, Anastasio. La rebelión pierde (en todos los sentidos) la cabeza, y el presunto comerciante muerto, Genaro, reaparece a reclamar a su mujer casada sólo para ser devuelto a otra muerte: el anonimato, el silencio, como el Coronel Chabert de Balzac, muerto en Eylau, sin derecho a la resurrección.
En las penínsulas, en Campeche y Yucatán, nos advierte Hernán Lara, las noticias vuelan, nadan y se arrastran. También pueden novelarse, como lo hace aquí el autor con una prosa límpida, tan transparente (para establecer comparaciones odiosas o amables) como la de Martín Luis Guzmán. Frágil empresa, como lo sabe Turrisa cuando la furia revolucionaria le quema el manuscrito de su libro y el autor entiende que ya no tendría el coraje de reescribir su novela, que sólo sobreviviría en su memoria e imaginación.
Que son, por fortuna, las nuestras.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Poesía e historia

Lo actual, lo conocido, lo palpado,
el dato cierto,
el cegato Lo vi con estos ojos
es enemigo del recuerdo.
Esto fue así, eso es historia.
Poesía es siempre Me pareció que era
con el brillo de esmalte
y el lujo de detalles de un sueño.

(Fragmento de Evocación de Horacio,
de Salomón de la Selva)

sábado, 19 de septiembre de 2009

La ficción Juárez

Para el dramaturgo y novelista austriaco Franz Werfel, la de Benito Juárez es una presencia poderosa que no necesita ser mostrada a los espectadores. Al principio de la obra Juárez y Maximiliano (1924), justo en el cuadro inicial, mientras aguarda el momento en que le concedan unos minutos para entrevistar al presidente de México en su huida hacia el Río Bravo, especula el personaje Clark, corresponsal de guerra del The Herald neoyorquino: “Este ilustre y venerado señor don Benito Juárez parece ser todo un mito”.
El mito está visible, al menos para el periodista que hace una larga antesala y atisba a ratos su silueta, pero será igualmente inalcanzable. Cuando Clark siente haber cruzado miradas con Juárez, reacciona de un modo incomprensible. “No tengo miedo, pero el corazón me late desesperadamente”, reconoce. Y desiste de su empeño de conversar con él: “Creo que me las tendré que arreglar sin la entrevista”.
Más adelante Stephan Herzfeld, compañero de infancia de Maximiliano, dirá al emperador: “Juárez es una curiosa fuerza. Nadie sabe nada de él. No hay ni aun retratos suyos. Su más impersonal personalidad desaparece detrás de unos cuantos decretos, y sin embargo, la oye uno rugir a la distancia como un gigantesco Niágara. Ese hombre no es de este siglo”.

***

La “más impersonal personalidad”, exacta descripción del Benemérito de las Américas, esa figura blanca beatificada casi en la Alameda por su “hemiciclo”, o crecidísima en una monstruosa testa, elefantiásica, en la salida de la ciudad de México a la carretera a Puebla (se hacía la broma, en una representación de Jesusa Rodríguez, de juntar dinero para construirle el cuerpo entero a la “cabeza de Juárez”), ese indígena marmóreo al que se dedicaban poemas inútiles en las ceremonias estudiantiles de los años sesenta y setenta (del siglo pasado): “Benito Juárez/ a tus pies hoy,/ venimos los niños/ a rendirte un tributo de amor/, que tus leyes son gloria y orgullo/ de mi bella y querida nación”; o al que se visitaba en sus lúgubres aposentos en uno de los patios marianos del Palacio Nacional, donde está o estaba la cama en la que poseyó presidencialmente a su señora y arrojó, además, su último suspiro; o se le encontraba en la pantalla chica, para asombrarse de la exacta clonación de Juárez en la persona de José Carlos Ruiz, el Juárez duro y solemne de la telenovela histórica El carruaje (Ernesto Alonso, 1972), producida justo en el centenario de su muerte.
El mito, la figura rígida o curiosa fuerza, tenía sus también rígidas representaciones en la pantalla grande, en cintas estadounidenses como Juárez (William Dieterle, 1939, a partir de la pieza dramática de Werfel), en la que el prócer encarnó en el actor austrohúngaro Paul Muni y Bette Davis fue una sensual y dislocada Carlota, o películas mexicanas como El joven Juárez (Emilio Gómez Muriel, 1954), con Humberto Almazán en el papel principal y Maria Elena Marqués como doña Margarita, y en la que se propone un cumplimiento casi religioso del destino patriótico cuando el pequeño pastor de ovejas es llevado por milagro al centro del lago, en un terreno de tierra en el que descansaba de pronto convertido en isla móvil o balsa, y escucha desde el cielo los designios de la Patria (puesto que Dios no está en su reino) de que el país espera de él grandes cosas.

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Quizá por la misma percepción de su rigidez, en los años ochenta se intentó dar movimiento al personaje Benito Juárez. Antes, claro, a la ceremonia oficial de la escuela se le oponían ñoños rituales contestatarios, y se creaban estrofas desaliñadas: “Benito Juárez/ nació en Oaxaca,/ se echó un clavado/ y cayó en la caca”, o corrían los rumores en el patio de recreo sobre un chiste doble del Manuel el Loco Valdés en la televisión que le había costado al comediante salir dos veces del “aire”: una, cuando preguntó aquello de cuál había sido el primer presidente bombero; y otra, sobre la primera dama bombera, es decir Bomberito Juárez y Manguerita Maza de Juárez.
El castigo era señal de un endiosamiento, puesto que seguían gobernando las rigideces; y la burla pícara, reacción frente a lo que se ordenaba fuera intocado.
Benito Juárez representaba el enigma sagrado de la nación, excepcional arribo al poder de un indígena zapoteco, lo que implicaba la enseñanza de que si el estudiante se esforzaba, si ponía la constancia debida en sus clases, acaso se llegaría a ser como él. El chiste televisivo e inocente del Loco Valdés conjuntaba dos ambiciones hoy ridículas: ser bombero o presidente de la República.
En la farsa teatral Manga de clavo (Juan Tovar y Beatriz Novaro, 1985), Juárez se baja del templete o la base de la estatua en que se encontraba (estatua de sí mismo) y se pone a patinar por el escenario, y el público se divierte y desconcierta por ese acto irreverente, por un Juárez al fin “animado” aunque trastabilleante que pasea entre Antonio López de Santa Anna y Maximiliano de Habsburgo.

***

Y hay ya, en la literatura, un Juárez medio humano en Noticias del Imperio (1987), de Fernando del Paso, que habla con su secretario como un mortal (o casi) con otro mortal y bromea con los prejuicios sobre el color de la piel y dice que un día le escribirá a su señora: “¿Sabes, Margarita? ¿Sabes qué? Nos salió bonito el Archiduque”, como quien ve a un niño recién nacido y dice: “Salió muy bonito el bebé, con ojos azules y muy blanco”.
Del Paso, justamente, se encontró con el problema de cómo retratar a un personaje de hierro, tan petrificado que no despierta ternura sino otra clase de sentimientos muy encontrados. Respiró el novelista al encontrar la correspondencia que tuvo Juárez con su yerno Santacilia: “Descubrí así que Juárez no sólo era ambicioso (como todo político), sino que además para llegar adonde llegó fue un hombre que tuvo que sostener una lucha tremenda por su origen, para hacerse respetar y darse dignidad y darle dignidad a la República, y no abandonarla no sólo en el sentido físico sino en el moral. En su peregrinaje por el país, llevando el Archivo Nacional con las once carretas arrastradas por bueyes, se le mueren dos hijos y su esposa se tiene que exiliar. Es una tragedia personal inmensa la que sufre Juárez, mientras Maximiliano está dedicado al ceremonial de la Corte. Eso me hizo respetable a Juárez; me dije: voy a pintar al Juárez que aprendí. Aunque al final me lavo un poco las manos con la pregunta: ¿qué vamos a hacer contigo, Benito?”
Pregunta que también circula en Juárez, el rostro de piedra (2008), de Eduardo Antonio Parra, en el acercamiento a un personaje con rostro de “geometría sobria”, “rudas” o “inmóviles” facciones, de “semblante adusto” o “tiesa corrección”. Para bajarlo del pedestal, tanto Del Paso como Parra optan por tutear a Juárez. Al irlo reconociendo, y conforme avanzan las páginas de su novela, Parra llega a presentarnos a un ser apasionado por el baile, capaz de reír o aun sonreír y llorar en soledad, y al atestiguar estas maniobras otrora prácticamente imposibles siente el lector cómo el héroe patrio, instalado de tiempo atrás en la parálisis, en efecto petrificado, adquiere por la astucia narrativa algo de movilidad y también un poco de humanidad.

***

El cuadro último del Juárez y Maximiliano de Franz Werfel propone esta situación frente a la iglesia de Capuchinas en Querétaro: los habitantes de la ciudad esperan la llegada del presidente, quien viene a ver el cuerpo acribillado de Maximiliano. He ahí a Juárez, dice la princesa Agnes Salm, “un viejecito, el vestido le queda mal, camina cuidadosamente”. Entra Juárez a la iglesia. El espectador no lo ve, sabe de sus movimientos por lo que dicen de él la princesa Salm, Herzfeld y el doctor Basch, testigos a distancia, por la manera como describen la escena y la forma en que lloran la muerte de Maximiliano. La princesa debe reconocer: “Juárez es el grande, el verdadero amo de este tiempo”. La multitud grita el nombre de Juárez, y una banda toca “La Chinaca”, el breve himno revolucionario.
En la película de Hollywood (donde se sacrifica esa omnipresencia de Juárez, que está pero no se ve, gran hallazgo de la obra de Werfel, y se personifica al prócer), la escena es vista desde el interior de la iglesia. Juárez se acerca al féretro en el que yace Maximiliano, inclina la cabeza para decirle al muerto: “Perdóname”. Camina entonces hacia la salida con pasos cansados. Y entonces aparecen las palabras “The End”.
La película del bomberito atómico, benemérito de las humaredas, llega entonces a su fin.

Septiembre 2009

jueves, 17 de septiembre de 2009

Próxima sesión: Sábado 19 de septiembre

Reciban este atento recordatorio con motivo de la siguiente sesión: el sábado 19 de septiembre, en el horario de 10:00 a 14:00 hrs. Por correo electrónico se hizo llegar el bloque temático por desarrollar.

Convocatoria Juegos Florales Bicentenario


Reciban esta convocatoria con las bases para concursar en los Tercer Juegos Florales en narrativa y poesía con temas alusivos a la Independencia y Revolución mexicana.
Si desean consultar las bases, den un clic a la imagen.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Novela e historia

En “El último de los mexicanos”, uno de los capítulos finales de Noticias del Imperio (1987), incrusta Fernando del Paso una serie de reflexiones en torno a los diálogos posibles entre la novela y la historia. Del Paso cita, primeramente, a Borges, quien manifestó que le interesaba “más que lo históricamente exacto, lo simbólicamente verdadero”. Coincide en esto el ensayista húngaro Gyorgy Lukacs, quien en su amplio estudio sobre La novela histórica señala como un prejuicio moderno “el suponer que la autenticidad histórica de un hecho garantiza su eficacia poética”. En principio propone Del Paso “hacer a un lado la historia y, a partir de un hecho o de unos personajes históricos, construir un mundo novelístico o dramático autosuficiente”. Sigue: “La alegoría, el absurdo, la farsa, son posibilidades de realización de este mundo: todo está permitido en la literatura que no pretende ceñirse a la historia”. Sin embargo se hace las siguientes preguntas: “¿Pero qué sucede cuando un autor no puede escapar a la historia? ¿Cuando no puede olvidar, a voluntad, lo aprendido? O mejor: ¿cuando no quiere ignorar una serie de hechos apabullantes en su cantidad, abrumadores en el peso que tuvieron para determinar la vida, la muerte, el destino de los personajes de la tragedia, de su tragedia? O en otras palabras: ¿qué sucede —qué hacer— cuando no se quiere eludir la historia y sin embargo al mismo tiempo se desea alcanzar la poesía?”
Del Paso revisa en ese capítulo las ficciones escritas sobre Maximiliano y Carlota; se detiene, sobre todo, en la pieza teatral Corona de sombra, de Rodolfo Usigli. Entre lo destacable está, también, el Juárez y Maximiliano de Franz Werfel. Lo demás, dice, son “obritas de muy modestas pretensiones” como El Cerro de las Campanas, de Juan A. Mateos o los Episodios Nacionales de Victoriano Salado Álvarez… En la hechura de Corona de sombra, por cierto, Usigli se enfrenta con los mismos materiales tanto históricos como literarios que revisaría décadas más tarde Del Paso y encuentra que el problema consistía en “transportar al teatro, es decir, al terreno de la imaginación, un tema encadenado por innumerables grilletes históricos, por los pequeños nombres, por los mínimos hechos cotidianos, por las acciones de armas registradas y por el hecho político imborrable”. Todos los intentos citados, incluso el de Werfel (sigo a Usigli), “a la vez que apelan ocasionalmente a la imaginación, se mantienen sumisos en gran parte a la historia externa, de tal suerte que adolecen de una falta de unidad más o menos absoluta y se acercan al drama y a la novela románticos”, a los que califica como inexactos a medias. En ellos, cuando la historia cojea o no conviene a sus intereses, los autores apelan a las muletas de la imaginación; y viceversa, cuando la imaginación cojea o se acobarda, los autores apelan a las muletas de la historia.
Para Usigli, en las obras sobre el Segundo Imperio anteriores a Corona de sombra historia e imaginación se limitan por igual. Y ha de concluir, entonces, que si no se escribe un libro de historia, si se lleva un tema histórico al terreno del arte dramático (o novelístico, añadimos aquí), “el primer elemento que debe regir es la imaginación, no la historia”. Y ésta, la historia, “no puede llenar otra función que la de un simple acento de color, de ambiente o de época”.
En opinión de Fernando del Paso, Usigli no pudo eludir la historia; y sus propias respuestas a dudas similares a las que planteó el dramaturgo están en la realización novelística de Noticias del Imperio (en donde la imaginación es la loca de la casa) pero también en las líneas siguientes: “Quizás la solución sea no plantearse una alternativa [entre lo históricamente exacto y lo simbólicamente verdadero], como Borges, y no eludir la historia, como Usigli, sino tratar de conciliar todo lo verdadero que pueda tener la historia con lo exacto que pueda tener la invención. En otras palabras, en vez de hacer a un lado la historia, colocarla al lado de la invención, de la alegoría, e incluso al lado, también, de la fantasía desbocada”.
Habría que revisar a detalle la literatura sobre el Segundo Imperio, quizá empezando con Werfel y Usigli, sin olvidar aquel cuento de José Emilio Pacheco, “Tenga para que se entretenga”, o el “Tlactocatzine, del jardín de Flandes”, de Carlos Fuentes (que es una prefiguración de Aura), relatos modernos en los que deambulan, en los jardines de Chapultepec o en una casa de Puente de Alvarado, los fantasmas de Maximiliano y Carlota; y llegar, claro, a Noticias del Imperio, para rastrear la presencia de un hecho histórico determinado en la ficción. Quizá descubramos, con Strindberg, que en el frágil terreno de la realidad la imaginación teje sus múltiples combinaciones.

Septiembre 2009

Próxima sesión con Alejandro Toledo

Con motivo de la presentación de la novela histórica Península, península, de Hernán Lara Zavala, se cambia la sesión con Alejandro Toledo para los días jueves 24 y viernes 25 de septiembre, en el horario de 16:00 a 20:00 hrs.

La sesión con Flor Esther Aguilera Navarrete sigue sin ningún cambio este sábado 19 de septiembre, en el horario de 10:00 a 14:00 hrs.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Atento recordatorio

Reciban un atento recordatorio del Seminario taller en novela histórica, cuya sesión es el día de mañana, viernes 11 (16:00 a 20:00 hrs.) y sábado 12 (10:00 a 14:00 hrs.) de septiembre, en el Centro de las Artes de Guanajuato.

Aquellos compañeros que vayab a compartir su textos en la sesión que se destine para ello, favor de sacar las copias de rigor.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Don Miguel Hidalgo en Salamanca (1810)

Por Fernando B. Quijano Sierra
(03 septiembre de 2009)

Hablar de Don Miguel Hidalgo y Costilla, es poner en nuestra mente esencias de valentía, honor y un profundo sentido patriótico, que por éstas fechas perfuman el aire de nuestro querido México; este México nuestro, tan vapuleado pero libre, soberano, inquebrantable. Nuestro país se ha conservado casi con los mismos niveles de resistencia que en 1810, y no solo me refiero a la resistencia armada que por aquellos años nuestros antepasados opusieron al régimen de la corona española, también describo la resistencia física y moral que nosotros los sufridos mexicanos, seguimos soportando hoy en día estoicamente, tratando de mantener la otra independencia, la de nuestros ideales, la de nuestros valores, la de seguir sobreviviendo a pesar de las situaciones tan adversas que azotan día con día nuestra mente y la de nuestros hijos y que se introyectan en la conciencia como un cáncer que debilita cada vez nuestras sociedades.

Nuestra lucha de independencia no difiere mucho de la primera, ya que, el término no tiene en sí mismo tantas acepciones, como para confundirlo con otro estado de la condición humana. Independencia es independencia, no más. La única diferencia es la época; nuestros próceres luchaban en aquel entonces por desvincularse no solamente del yugo español y de su tendencia expansionista que solamente buscaba saquear la riqueza de la tierra conquistada y aniquilar la cultura de los territorios ocupados, sino de la manera tan desinteresada en que menospreciaban a nuestros antepasados, consumían nuestra riqueza cultural y nuestros valores; Es decir, que ayer la gente era tan consciente como lo somos hoy, entonces, nuestra lucha de independencia, no ha terminado.

Mil ochocientos diez. El pueblo de Salamanca es llamado por Don Miguel Hidalgo y Costilla, a tomar las armas (las pocas armas, si es que contaban con ellas) y a levantarse en contra del Estado Español; los que asistieron al llamado, fueron gente con una profunda convicción que intuía, que luchar por aquella causa acuñada en un nuevo término casi desconocido para muchos, llamado independencia, algo cambiaría para siempre el curso de sus vidas. Tuvieron esperanza en una figura que era en sí misma una autoridad eclesiástica, que imponía confianza no solo por el hecho de ser un cura, sino por la pasión y compasión que sentía por esta tierra. Don Miguel Hidalgo, no solo veía la independencia como un fin en sí mismo, el vio más allá, vio el potencial que tendría la Nueva España al consolidarse como país independiente, únicamente contando con dos elementos: sus recursos y su gente. De la misma manera, los que oyeron las palabras del cura Hidalgo, en aquel balcón de la calle que hoy forman la esquina de Juárez y Vasco de Quiroga, vieron la misma visión que Don Miguel vio y posteriormente les expuso, y fueron seguidores entusiastas de una causa insigne por la se debía luchar para alcanzar sus ideales. ¿Quiénes fueron aquellos impetuosos personajes que apoyaron a Don Miguel Hidalgo? Sus nombres ahora están escritos en los libros de historia, lo importante es que esos personajes eran como usted, o yo.

En aquel entonces, tampoco existían los medios de comunicación y las noticias llegaban a velocidad de carro de tiro o cuando a mucho a velocidad de galope de caballo, la gente no era tan complicada y lo que había alcanzaba para todos. Pero a pesar de todo, la gente sentía la necesidad infinita de ser libre y vieron en Don Miguel Hidalgo el catalizador que serviría para alcanzar un ideal más en sus melancólicas y subyugadas vidas, uniéndose así al movimiento de independencia.
Lo demás, es historia.

Insisto, nuestra lucha de independencia no ha terminado, aunque el mundo actual esté tan globalizado y no podamos (y tampoco debemos) cerrar los ojos o bajar la cabeza por eso; debemos inculcar en la nuevas generaciones el hecho histórico, por el que muchas personas, salmantinas o no, ofrecieron sus vidas gustosamente para legarnos una patria; patria hoy invadida por corrientes ideológicas torcidas, funcionarios deshonestos, desigualdad social, sobre explotación de casi todos los recursos naturales, contaminación ambiental de absolutamente todos los estratos en que se pueda contaminar, educación deficiente, amén de la falta de consciencia patriótica que no tiene nuestra actual descendencia.

Don Miguel Hidalgo en mil ochocientos diez, de pie sobre el balcón, en Salamanca, nunca imaginaría, que hoy casi dos siglos después, su movimiento independentista aún no termina, con otros actores, evolucionado y adicionado de nuevas tesis, con términos que extrañamente parecieran no tener nada que ver con la independencia, pero que bien analizados, no son más que una extensión del mismo vocablo.

En dos mil nueve, si Don Miguel Hidalgo volviera a pararse en ese mismo balcón, probablemente preguntaría: ¿Para qué quieren su independencia?

jueves, 3 de septiembre de 2009

Presentación de Atlas histórico, de Enrique Florescano



El Instituto Estatal de la Cultura, a través del Centro de las Artes de Guanajuato, y en el marco del Seminario taller en novela histórica, los invita a la presentación del libro Atlas histórico de México, del Dr. Enrique Florescano, este miércoles 9 de septiembre, a las 17:00 hrs., en la Sala de Prácticas Escénicas. La entrada es libre.




Semblanza:
Enrique Florescano.Historiador mexicano, autor de numerosos libros y artículos sobre una diversidad de temas de la historia mexicana: el pasado prehispánico, la historiografía, la historia económica y social, la memoria, los símbolos y los mitos, las identidades, etcétera. Se le considera uno de los principales renovadores de la investigación histórica, pues introdujo en México el enfoque historiográfico de la escuela francesa de los Annales, con su interés por el estudio de los largos procesos históricos desde la perspectiva económica y social.
Enrique Florescano nació en Coscomatepec, Veracruz, el 8 de julio de 1937. Estudió derecho e historia en la Universidad Veracruzana. Hizo la maestría en historia universal en El Colegio de México y el doctorado en historia en la École Pratique des Hautes Études de la Universidad de París (Sorbona). Ha sido profesor en numerosas instituciones de educación superior de México (como El Colegio de México y la Universidad Nacional Autónoma de México) y el extranjero (Cambridge University, el Getty Center for the Humanities y Yale University, entre otras).
Desde puestos directivos en organismos oficiales ha sido un infatigable promotor de numerosos proyectos de investigación histórica. Fue jefe del Departamento de Investigaciones Históricas (1971-1976), director de Estudios Históricos (1977-1982) y director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (1982-1988). Desde 1989 funge como coordinador nacional de Proyectos Históricos del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Fundó y dirigió la revista Nexos (1978-1982). Dirige la colección Biblioteca Mexicana del Fondo de Cultura Económica y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y la colección Pasado y Presente de la editorial Taurus.
En 1976 recibió el Premio Nacional de Ciencias Sociales, otorgado por la Academia de la Investigación Científica. En 1982 el gobierno francés le hizo entrega de las Palmas Académicas y en 1985 fue nombrado Caballero de l'Ordre National du Mérite por el presidente de la República de Francia, François Mitterand. Es miembro investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores. En 1996 obtuvo el más alto reconocimiento que otorga el gobierno mexicano: el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía.